La lucha grecorromana, como cualquier otra modalidad deportiva, carece de perfección. Sin embargo, parece haberle reservado tal privilegio a un deportista cubano.
El Gigante de Herradura solo había caído en la edición olímpica de Atenas, la primera en su ruta hacia la gloria. Con apenas 22 años, ya lucía condiciones adecuadas para desempeños positivos en la élite mundial.
El primer resultado bajo los cinco aros lo registró en Beijing, complementado por las siguientes citas en Londres, Río de Janeiro y Tokio.
En la actualidad, luego de tres temporadas sin competir, las dudas giraban en su entorno. Se notaba una interesante división entre el público y los especialistas, sobre todo al hablar sobre las posibilidades de revalidar el título.
La primera de las tareas fue mantener el peso. Con las reglas estrictas de su división, se aferró a los 130 kilogramos.
Tras la ausencia del turco Riza Kaayalp, el rival más fuerte sería el iraní Amir Mirzazadeh, actual campeón del orbe. El 5 de agosto París acogía el comienzo del encuentro.
Mijaín dominó los combates eliminatorios con una tranquilidad inigualable. Parecía rozar la juventud con sus propias manos. Además de no permitir ni un solo punto, obtuvo beneficios en la siempre difícil posición de cuatro puntos.
Mijaín vs Yasmani
La batalla por el oro le preparó un duelo ante otro cubano. El matancero nacionalizado chileno Yasmani Acosta era el único que podía impedir que su ídolo abrazara nuevamente a la gloria.
La justa inició con un fuerte abrazo entre ambos, situación ideal en la que prevalecen el respeto y la deportividad. Similar a contiendas anteriores, la pasividad del oponente ponía la primera anotación favorable al pinareño.
En la posición de cuatro puntos, Acosta no pudo resistir la fuerza del cubano, quien lo proyectó por encima de su humanidad. El «último baile» cargaba los matices de antaño, el nivel insuperable.
Las decisiones arriesgadas del contrario le costaron el grave error que daba dos tantos finales al Gigante. Justo al cierre, cuando el árbitro sonó el silbato, culminaba la carrera más relevante en la historia de la Lucha grecorromana. ¡Mijaín López gana su quinto oro olímpico!
Adios a los colchones
Toda la sala de pie, lágrimas en el rostro de quien se sabe capaz de abrazar la perfección. Manos al cielo, el aventón de siempre al entrenador Raúl Trujillo. Se arrodilla, va al centro del colchón donde nadie lo movió. Abandona los botines que siempre le acompañaron. Los deja quietos para la imagen más icónica de los Juegos.
Los cubanos adquieren una nueva celebración, un motivo con el que escapan de cualquier rasgo cruel de la realidad. Todo gracias a un coterráneo, el más grande de todos los tiempos. El único deportista en su condición, que comparte su gloria con todos los hermanos del mundo.